Viaje hacia el cambio

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Tras viajar durante dos días seguidos, decidí bajarme en la siguiente parada. Una ciudad desconocida, incierta y una vida nueva que quería descubrir. Al oler el pan recién hecho de un horno cercano a la estación, pensé en acercarme a descansar y pensar. Sentado frente al cristal, miraba a la gente subiendo y bajando la calle. Me preguntaba cómo decidirán vivir sus vidas.

Todo lo que observaba me hacía sentir inquietud y un nudo en el estómago, no sabía todo lo que me iba a deparar ese viaje y eso me producía mucha incertidumbre. Tras unos minutos reflexionando, me levanté y dejé de lado esos
pensamientos negativos que me atormentaban. Había decidido empezar de cero y conocer esa ciudad, era el primer paso para conseguir lo que quería. Tenía la esperanza y seguridad de que las cosas iban a cambiar, así que decidí no
preocuparme más y empezar a disfrutar de la experiencia. Empecé a caminar hacia la salida de la estación pensando que nada es seguro, pero que todo es posible.

Antes de salir de la estación, fui a la caseta de información para encontrar alojamiento. En la ventanilla me atendió una mujer de unos 45 años, vestida de una forma lúgubre. Su actitud era muy poco cortés, intenté hablarle con buenos modales a ver si su tono de voz se relajaba, no surtió efecto, así que sin darme cuenta me enfadé. Acabó dándome la información que necesitaba y pude conseguir habitación en un hotel a buen precio. Fuera de la estación hacía
un día radiante, era otoño. Ante mi apareció una avenida de chopos, al ver ese instante recordé la pequeña anécdota de la señora. Cogí un taxi y me dirigí al hotel a darme una ducha.

Antes de subir a la habitación, me acerqué hacia la conserjería del hotel a preguntar cuáles eran los aspectos reseñables de la ciudad que no podía dejar de conocer en mi visita. El hombre que me atendió me indicó muy amablemente infinidad de monumentos y atracciones turísticas que merecían ser visitadas. Al acabar su disertación, me regaló un plano de la ciudad y me recomendó un restaurante para ir a cenar. Esta vez, supuso una experiencia opuesta a la de la estación, encontré a una persona amable y dispuesta, lo que demostraba que lo ocurrido en la estación fue simple mala suerte, esa señora no era el modelo de habitante de la ciudad.

Necesitaba este viaje para poner distancia con las fuertes emociones vividas los últimos días. Es más que probable que Alicia y yo terminemos divorciándonos. Las últimas cenas en casa se me han hecho insoportables, la cara de pocos amigos y los exabruptos de Alicia en presencia de los niños,… se masticaba la tensión. Las caras de mis pequeños reflejaban inquietud, inseguridad,… quizás miedo. Yo no fui capaz de contestar adecuadamente o esperar a que los niños estuvieran dormidos para intentar hablar con Alicia sin causarles más sufrimiento. ¡Oh, Dios mío! ¡Y yo que me creía tan seguro, tan diplomático, tan capaz para resolver adecuadamente cualquier conflicto! Ahora, que peligraba lo que yo más quería, ahora que era más importante que nunca actuar con prudencia y sabiduría, ahora la situación me estaba sobrepasando. Por eso decidí marcharme. La excusa de un viaje de trabajo ha resultado perfecta para distanciarme un tiempo antes de tomar decisiones tan importantes.

Pero ahora debo intentar centrarme en mi viaje, en este lugar. Un nuevo día empieza y al mismo tiempo una nueva experiencia. Con muchas ganas de visitar la ciudad y todos los misterios que entraña. Pero de nuevo rondan por mi cabeza todas las preocupaciones, ¿seré capaz de disfrutar del viaje sin atormentarme con mis pensamientos? La verdad es que cada día que pasa, me da la sensación de que las cosas empeoran. Vuelvo a dejar mis pensamientos a un lado por un instante y decido dirigirme al centro de la ciudad.

Así que me adentro en esta pequeña ciudad, dando un paseo descubro su encanto, los canales y las casas de colores que me evocan a Venecia, aquel viaje maravilloso en el que mi mujer y yo recorrimos Italia. ¡Otra vez la recuerdo!
Tengo que aprender a desconectar. Sigo mi paseo y el olor a pan recién hecho me embriaga trasladándome al pueblo en el que pasaba los veranos durante mi inocente infancia. Me emociono con tantos recuerdos pero estoy contento,
necesitaba este viaje y estar conmigo mismo. Decido ir a comer a un restaurante pintoresco, que está en una calle peatonal del centro de la ciudad, y disfrutar de la gastronomía típica de la zona.

Cuando salí, el cielo se había nublado y noté una suave lluvia en el ambiente, que parecía ir aumentando por momentos. Salí y me dirigí hacia el hotel, y entonces vi algo que cambió totalmente mi forma de ver el mundo. Un
mendigo echándose unos cartones por encima, intentando en vano, tapar su poco espacio junto a la cornisa de un restaurante, llevaba ropas de harapos, sucias y desgastadas,  y por su cara al moverse se veía agarrotado, enfermo, como si hiciera tiempo que no se movía de ahí, lo cual me hizo preguntarme, ¿qué está mal en mi cabeza? De repente oí un chirrido de unos neumáticos, giré la cabeza  bruscamente, y pude ver un motorista, que por la lluvia venía
disparado en mi dirección, fue todo muy rápido, noté un fuerte golpe y entonces todo se volvió negro.

Mis deseos se enfrentaron a los deseos de la vida. Pasé doce largos meses en coma, dormido sobre la cama hospitalaria pero despierto a su vez, escuchando de fondo las voces delicadas y entrañables de mis seres queridos. Mis ojos de iris verdosos no se abrieron durante doce meses, pero mi región cerebral detectaba todo lo que sucedía a mi alrededor. Olvidé todo mi pasado, nada quedó indeleble, no lograba recordar nada tras despertar del coma. Empezaba una vida nueva.

Aquel accidente lo cambió todo. Me sentía agobiado al no poder recordar ciertos aspectos relevantes de mi pasado. Me sentía triste por no poder recordar ni siquiera porque había decidido ir a ese viaje, a menudo me preguntaba: ¿por qué había abandonado a mi familia para irme solo de viaje? Tras varios días de recuperación, aunque todavía sin saber qué secuelas iba a tener el accidente a nivel físico, y tras hablar con mi mujer, por fin recordé….. y fue en ese mismo instante cuando me di cuenta de la suerte que había tenido.

A continuación empecé a preguntarme si lo que estaba haciendo en ese instante, preocuparme, me gustaría que fuera la norma. Me di cuenta de que la preocupación había sido el fin en si mismo, y no la resolución de ningún problema. Y me planteé qué existía entre yo y sentirme bien, qué me impedía dedicar todo mi tiempo a las cosas y personas que me hacen feliz. ¿Iba a hacer feliz a personas que me hacen infeliz? ¿iba a ser mejor trabajador por esforzarme en hacer algo que no siento con sentido? ¿quizás por privarme del olor a pan, el frescor del viento y el calor del sol? Entonces me di cuenta de todo lo que necesitaba saber: ser feliz es decidir hacer lo que te hace feliz, y que todos conspiraban por que fuera así. Sólo tenía que dejar ser, como el agua que llega por si sola al mar. Darme la oportunidad para valorar lo que me da la vida, estimular la esperanza, conseguir la paciencia, aprender a aceptar y a renunciar.

Volví a casa, con mi familia, pero el mundo se tambaleaba a mis pies. Mis piernas, jamás volverían a ser las mismas. El ritmo de una banda sonora silenciosa acompañaría mis movimientos el resto de mi vida. Estaba cojo. Esa moto a toda velocidad había seccionado como una guadaña músculos y ligamentos, pero a cambio, había liberado mi mente del granizo que le atormentaba. Un sol radiante ocupaba ahora mis pensamientos. Primavera, y la brisa ligera de una
vida nueva. Las flores brotaban y el paisaje era verde. Me había dado cuenta de que todo lo que necesitaba para ser feliz, era yo.

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